Cierto día la madre me comunicó llorando que tenía cáncer. No temía morir, porque sabía que entraría en el eterno descanso, pero estaba preocupada por su hijo, cuya tristeza y desasosiego serían inmensos. ¿Qué decir en semejante circunstancia? ¿Dónde buscar consuelo, sino junto al “Padre de misericordias y Dios de toda consolación”? (2 Corintios 1:3). Entonces confiamos nuestra tristeza a Dios, seguros de que nos escucharía y contestaría. Dios se llevó a esta creyente dos meses más tarde.
¿Qué le ocurrió al hijo tan amado? Su hermano y sus tíos le ayudaron a manejar la granja. Lucio pudo seguir ocupándose del rebaño. Su hermano lo visitaba una vez por mes para llevar las cuentas. La aldea también se solidarizó y Lucio trabó amistad con varias familias. Pero ante todo, guardó la costumbre de su madre, quien leía todos los días su Biblia. Cuando las preocupaciones o la tristeza lo embargaban, volvía a hallar la paz en la Palabra de Dios.